La sacralidad de lo cotidiano

La sacralidad de lo cotidiano

Lo extraordinario es percibir lo ordinario como extraordinario.

Cuando logramos extraer las capas materiales que ocultan la energía divina extraordinaria, entonces todo se convierte en milagroso. Encontramos así la luz de la luz y la luz que podemos extraer desde el interior de las tinieblas.

 

«Quien encuentra a Dios en un solo lugar, no lo encuentra en ningún lugar». [El Gaón de Vilna]

Hay personas que necesitan ir a la sinagoga o a la iglesia, otras necesitan reunirse en los grupos de la masonería, otros necesitan el club deportivo, otros necesitan tumbas a las que orar porque entienden que existe allí una conexión especial con las energías invisibles del Infinito.

Cada alma vibra en un espacio determinado.

Sin embargo, el alma debe extraer las chispas de luz en todo momento y en todo lugar.

Un alma que comienza a conectarse realmente con el universo secreto, que opera detrás de toda la realidad material, puede sentir a Dios cantando bajo la lluvia, o mientras se ducha, limpiando los vasos sucios de su cocina, cociendo el pan, mirando a su ser amado, contemplando su rostro en un espejo antiguo, escribiendo, estudiando, mirando el cielo en cualquier región de la tierra, subiendo a un avión y percibiendo las nubes como se mueven debajo de su mirada… Y luego percibe a Dios en el hombre que pide dinero en las calles, en el pobre, en el abandonado, en el alcoholizado, en el joven drogado tirado en una plaza, en el refugiado que se hunde en el mar para llegar a Europa, en el deportado, en el torturado, en el depresivo,  en el huérfano que recuerda a sus padres ya fallecidos, en la viuda que llora la pérdida de su amado y en todos los seres humanos sufrientes de la humanidad.

Dios en todo, en las luces que no podemos percibir y en las oscuridades.

Algunos quieren encerrar esta energía en una iglesia, en una mezquita, en una sinagoga. Sin embargo, nadie lo pudo lograr, porque «Dios no habita en templos hechos por mano del hombre», como grita el judío griego Esteban (el primer mártir del cristianismo). Y ese mensaje de hace dos mil años aún resuena en nuestro interior.

Todos los sabios de todas las tradiciones coinciden en este punto. Recuerdo una frase de mi amigo Carlos Najmán Escudé, que dijo allá por el año 2006: «¡Dios no cabe en un librito!».

Los hombres no podemos reducir a Dios en el lugar que nos conviene. Si no vemos a Dios en todos lados, no lo vemos en ningún lugar.

Que tengamos el privilegio de percibir la energía divina del Infinito en cada tarea; cuando hacemos el desayuno a nuestros hijos, cuando vemos el sufrimiento del prójimo, cuando miramos a los ojos a nuestro semejante, cuando oramos por el bien de la humanidad, en todo lugar y en todo momento.

El Infinito divino no tiene tiempo ni espacio, nosotros no podemos reducirlo al tiempo y al espacio en el que estamos encarnados. Debemos trascender todo el universo y lograr la fusión de nuestro interior con nuestro exterior. Porque nosotros también somos dios.

Y cuando logramos sentir que todo es dios, entonces el éxtasis se apodera de nuestra alma, que comienza a elevarse a los niveles superiores.

Lo extraordinario es percibir lo ordinario como extraordinario. Lo extraordinario no se puede reducir a lo milagroso, lo milagroso se oculta dentro de lo cotidiano.

Cuando logramos extraer las capas materiales que ocultan la energía divina extraordinaria, entonces todo se convierte en milagroso.

Encontramos así la luz de la luz y la luz que podemos extraer desde el interior de las tinieblas.

¿Y sabe qué es lo milagroso? Que usted ahora me esté leyendo, y que siente que la luz oculta se hace carne en su corazón, y que a partir de ahora su alma ingresa a su máxima profundidad. Y si no siente nada, tranquilo, la chispa aún no se encendió, pero sea paciente y verá que las chispas siempre se terminan de encender.

©Mario Sabán

©Foto: Míriam Díaz Calero

 

Sobre el autor

MARIO SABÁN

MARIO SABÁN

Investigador y profesor de Cábala, especializado en la Cábala aplicada a la psicología, al desarrollo personal y espiritual del ser humano. Enseña cómo la Cábala puede ayudarnos a vivir una vida más plena y consciente, a ser más felices, por el camino del autoconocimiento personal con el método del Árbol de la Vida. Es doctor en Filosofía (2008), en Antropología (2012), en Psicología (2015) y en Historia (2016). Sus últimas obras publicadas están dedicadas a la Cábala: Sod 22: el secreto (2011), Maasé Bereshit. El Misterio de la Creación (2013), La Cábala. La psicología del misticismo judío (2016) y La Merkabá: el Misterio del Nombre de Dios (2018)

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